Almandino y los retos de crear una memoria poética de la macro región central peruana
(Recuperado de Revista Estepario N° 15, pp. 48-52)
El cuaderno de antologías de poesía Almandino nace como proyecto del grupo Uyay conformado por Malena Jiménez, Kevin Corne, Alberto Sánchez Guillén, y Yhon León-Chinchilla y cuenta hasta ahora con dos números. Su objetivo es compilar a autores de las regiones Huancavelica, Junín, Cerro de Pasco y Huánuco.
“un proyecto de poesía transmedia… que tiene el propósito de construir la memoria poética contemporánea de la macroregión central del Perú”
El diseño del volumen incluye imágenes que funcionan como ilustración, como complemento o relectura de los poemas que acompañan. El proyecto se ha enriquecido desde abril del 2019 con la implementación de un podcast que dinamiza lo que sus integrantes definen como “un proyecto de poesía transmedia… que tiene el propósito de construir la memoria poética contemporánea de la macroregión central del Perú”. Se trata de una propuesta ambiciosa porque invita a reflexionar sobre lo que es la memoria poética y cuáles serían sus prácticas. En estos términos, se apuntaría a la desafiante búsqueda de un archivo contemporáneo y, por tanto, en transformación. Al realizar una acotación geográfica, el proyecto induce a meditar sobre los lazos de pertenencia, de afiliación afectiva e intelectual, al mismo tiempo que se piensan los desarraigos de sujetos en movimiento, cuyo corpus creativo está también en tránsito. La memoria poética es parte de la memoria cultural y este tipo de herencia simbólica no se transmite linealmente. Se sabe hoy de cruces interculturales varios, que no sólo corresponden a la condición postcolonial peruana. Actualmente las nuevas tecnologías ofrecen un amplio acceso a expresiones culturales de todo el mundo y favorecen una circulación dinámica de los bienes simbólicos. Aquellos que tenemos lazos con lo que se agrupa como macroregión central del Perú, no tenemos una relación uniforme con este espacio, ni con la escritura, sino que nos enfocamos en preocupaciones creativas, sociales y estéticas de diversa índole. Ninguna más auténtica o más relevante que otra, porque son múltiples rostros de la sensibilidad y del arte. Almandino hace visible esa diversidad de imaginarios, cuyos productos poéticos exploran lo que significa participar de una cultura global desde lo andino. La difusión digital evidencia esta apertura.
“es una invitación a la réplica, a la crítica, a la retroalimentación”
La producción que se compila es irregular por ese motivo, pero también porque se reúnen poetas con una voz definida y poetas que empiezan a indagar en los recursos poéticos. Así lo reconoce Jorge Yangali en el prólogo del primer número al destacar el carácter inacabado de la publicación: “es una invitación a la réplica, a la crítica, a la retroalimentación”. La actitud democrática de la antología es significativa porque permite interpretar que lo que se busca no es aprisionar lo poético en una urna, sino que la publicación se plantea como una especie de taller de poesía que invita a la práctica de escritura.
Almandino 01 (2019)
En la primera antología las ilustraciones pertenecen a: Yhon León-Chinchilla, Jhoanny Méndez, Carlos Alberto Sánchez, Elvis Soto, Kevin Corne, Yadira Coz y Luis Delao. En la primera parte, apreciamos los poemas de Carlos Alberto Sánchez, donde el sujeto que contempla interactúa productivamente con lo contemplado: “La tierra no solo es un lugar / es también el vientre de los poetas / que se embriagan en el aliento de la naturaleza” (p. 20). Luego esta vívida evocación se hace creadora: “¿Y si mamacha no está? / No hay que esperar la prisa hay que intuir la forma / de su hacer // Volverá encender la bicharra / y bailará en sus zapateos como la lluvia haciendo / agujeros … no habría que temerle al tiempo estando junto a ella / ni mirar desconcertado la extensión de la pampa” (p. 22). De modo que se evoca elocuentemente la fuerza de la mujer andina. Luis Delao entremezcla alusiones a la niñez en el campo con tonos míticos de animación del paisaje. Además, se pronuncian a favor de una transformación espiritual en viajes imaginarios. En la poesía de Kevin Corne, la contemplación de la geografía retorna, así como el tema de la infancia. Su lenguaje es irregular, entre estructuras dialogadas, con vocabulario preciosista y reflexiones de impulso narrativo y a veces pedagógico. Por su parte, en los poemas de Yhon León-Chinchilla, el uso del quechua y de la mitología andina y mitología occidental refleja un deseo de asentarse entre la simbología arcaica y la reflexión sobre el presente: “otra vez a la caverna / otra vez un águila, / todas esas otras veces; / cuando la eternidad termina” (p. 68). Esta exploración simbólica es tanto para construir visiones poéticas como para desandar caminos ya extenuados como la noción de “madre tierra” (p. 74). Yadira Coz Tadeo retoma el detenimiento en el paisaje con imágenes metonímicas clásicas respecto al Ande como las aves y la quena, y añade una voz pedagógica. Jhoanny Méndez deja poemas sobre todo de corte sentimental.
En la segunda parte, Hugo Velazco ofrece un imaginario que se desprende levemente de las referencias inmediatas y ensaya imágenes sugestivas: “Qué lengua corresponde a esos pájaros sin vuelo, / qué palabras pre históricas desmadejan sus bocas / y todavía agitan sus sonidos en el aire de las ciudades, / de las plazas, de los pueblos” (p. 106), dice el yo en alusión al poeta. Por su parte, Gabriel Tiempo explora el poema en prosa, retoma la mitología andina, por ejemplo, en la resonancia de las petrificaciones presentes en las narraciones precolombinas. En su poema “Zacarías”, los elementos naturales y asociados comúnmente con el Ande se convocan en una combinación sugerente. Por otro lado, Jesús Santivañez ofrece poemas para niños donde se recuerdan juegos infantiles con añoranza y ternura. Albert Estrella en “Piedras gordas o sobre los primeros habitantes de Champamarca” imprime con voz madura versos variables y hace uso del poema en prosa con un notable equilibrio. Retoma la mítica caverna platónica, implícitamente evoca a Prometeo a través de la alusión al fuego, que parece ser el fuego mismo de la palabra que pondrá todo un mundo en movimiento: “…no hay referencias, romper los moldes, los esquemas, las fuentes de dode nacen los muertos. Aquí hay espacio para el nombre que no me pusieron todavía, aún no hemos nacido…” (p. 133). Luego se reconoce que el poema establece una comparación entre la escritura y el quehacer en la mina: “ayer estuve perforando un poema / duro como una piedra” (p. 135). Por su parte, Eduardo Cabel ofrece poemas de corte amoroso y de cierta sensualidad, recordando la clásica alusión femenina mediante un ave. Por otro lado, Kevin Felix Quispe también recurre al tema amoroso y al erotismo. En los poemas de Luis Inga Armas encontramos preocupación social, donde se filtra un ánimo de protesta. Por su parte, Jaime Pérez Guillén muestra un estilo definido. En “El barbecho” evoca la vida agrícola con esbozos de una utopía andina local: “Vamos hermano, el sol tirita de frío / mañana abriremos los surcos de esperanza / sembraremos la suprema quechua lírica / y cosecharemos tiernos pétales del imperio Anccara” (p. 171). Así también se refiere a otros símbolos andinos como el Amaru, dios serpiente, que recuerda la melancólica mirada hacia el pasado imperial incaico, propia del archivo de la poesía quechua que se puede rastrear hasta el periodo colonial. Daniel Campos en “Arpegios de una memoria” ejercita una libre exploración en un lenguaje de imágenes herméticas que se anclan en alusiones corporales y que parecen invocar la experiencia visionaria del poeta. La reiteración del tópico de la memoria indica un método de recomposición de recuerdos huidizos que desembocan en pasajes oníricos. Por otro lado, Bruno Bendezú en el poema “Mi cuarto” ofrece un lenguaje descriptivo e introspectivo que se reitera en “No sé qué soy”, que recuerda la imperiosa necesidad del autoconocimiento.
Almandino 02 (2020)
El volumen abre con una declaración de los integrantes de Uyay sobre sus objetivos: “proponemos motivos andinos, todos somos hijos de comuneros de la región central (Concepción, Tarma, Huánuco y Huancavelica) y la mayoría tenemos formación profesional en literatura. Consideramos que pertenecemos a una generación de tránsito de lo rural a lo urbano en esa medida nos hemos planteado una doble tarea: 1) Registrar y hacer memoria de nuestras vivencias rurales y 2) Construir la memoria de la poesía contemporánea de la región central” (p. 10). De modo que queda claro el hacer memoria es para los responsables de Almandino una tarea integral de autoconocimiento y, a su vez, de exploración de la producción de sus contemporáneos. (Re) construir memoria poética, entonces, se expresa como una tarea que exige el diálogo. Para el colectivo Uyay parece central trabajar con las diseminaciones de la noción de lo andino y cómo interactúa este atributo con otros modos culturales. Expresan también su interés por la escritura de poesía hecha por mujeres, lo que indica una preocupación por ofrecer una mirada plural de lo poético. Es un volumen claramente dividido entre los integrantes de Uyay y los poetas invitados. Así se plantea el lugar de enunciación desde donde se propone el intercambio poético. Cabe señalar que los dibujos de este volumen son de autoría de Yhon León-Chinchilla, Malena Jiménez, Kevin Corne, Alberto Sánchez y Miguel Ojeda.
En la primera parte, Carlos Alberto Sánchez ofrece poemas en castellano y en quechua. En “Reflejo” retrata una visión telúrica de inspiración romántica en la que los afectos se entremezclan con el paisaje. En “Alzar el vuelo” y en “Hace falta la guerra”, la voz reflexiva aborda grandes temas como la soledad, la libertad, y la muerte con versos sentenciosos. Meta-poéticamente, en otros poemas se critica a la actitud pública de los poetas, y se hace escarnio de figuras tutelares como César Vallejo. Por su parte, Kevin Corne, retorna a la antigua familiaridad de la poesía y la música. En su poema “En-sueño”, el charango se hace instrumento de la propia naturaleza. En otros poemas, muestra un interés por la atmósfera onírica, pero también por la intervención de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana y sobre el funcionamiento del lenguaje artístico, sin perder de vista la interacción lingüística quechua-castellano. Por otro lado, Malena Jiménez entrega poemas de búsqueda personal, atravesada por el amor, la elegía, un sutil erotismo y el paso del tiempo. En “Raíces” elabora una metáfora del asumir mayoría de edad desde el punto de vista femenino, donde la madurez se traduce en la fortaleza de los cimientos de la identidad finalmente encontrada. Por su parte, Yhon León-Chinchilla, plantea la presencia imaginaria de un diálogo con quien se ama. Esta interacción cobra un estilo particular en su poema “Zorzalita” donde poetiza el cortejo en el espacio rural, y el encuentro amoroso se convierte en el evento que hace posible la cosecha. En otros momentos la voz se hace más narrativa y fabulesca al retomar figuras animales para recrear intercambios afectivos, entre los que destacan la imagen de los zorros y el picaflor.
En la segunda parte, María Teresa Zúñiga ofrece una voz decantada, aguda y meditativa: “Todos avanzan. / Con el cordón umbilical bajo el brazo, / con los dientes en la mano, / a esperar en hilera titilante, / un plato hondo de futuro” (p. 108). Sus poemas transitan los temas del encuentro amoroso, la introspección y la muerte con un lenguaje concentrado y expresivo. Por su parte, Miguel Ojeda ofrece versos de imaginación critica, donde los seres cotidianos forman parte de circunstancias enigmáticas que despiertan la imaginación, como perros y gatos cuya presencia interpeladora recuerda la omnipresencia de la muerte y la precariedad: “Y sin otra tarea / roemos la ciudad / a mil, / sus esqueletos húmedos / a mil” (p. 118). Por otro lado, Marco Choque ofrece poemas en los que el lugar de enunciación es el de la observación que al hacer recuento de la realidad remarca encuadres que desvirtúan un acceso directo a ella, y más bien afirman la noción de punto de vista: la de quien está loco, la del estudiante, el joven intelectual enamorado o el aspirante a poeta. Por su parte, los poemas de Karuraqmi Puririnay reflejan un estilo muy propio, que se mueve versátilmente entre la atomización verbal de versos de arte menor y mayor, cuyo ensanchamiento redibujan el vaivén de la naturaleza. Su imaginario es el de la genealogía familiar y la infancia, donde la integración del quechua dota de singularidad a su escritura. En el bello poema “Barbicha” el tono narrativo es mayor y en él se vierte un imaginario femenino andino que reivindica la especificad de un cuerpo a la medida de sí mismo: “Nunca fui una warmi de ciudad, ni de aquellas que tienen la piel y las manos como un durazno, mi pequeño cuerpo más se parecía a un árbol, mis cabellos se parecían al verde pasto y mi reflejo en el río se perdía” (p. 146). Por otro lado, los poemas de Luis Paraguay muestran un estilo narrativo, con uso de diálogos, que versan sobre el tema amoroso y viajes imaginarios en los que las anécdotas enfatizan un aprendizaje en el diálogo. Destacan también poemas escritos integralmente en quechua. Por su parte, Ailis Blue reflexiona sobre la escritura misma en sus poemas: “Pequeña lava interna que me agobia, / florece en ríos de fuego” (p. 164), toca temas del devenir a la adultez anómalamente, preservando al niño interior. En otro momento escribe “dices que es normal que todo aflore / dices que es momento de crecer” (p. 167) y los poemas sugieren el debatirse entre la experiencia y la conciencia de la experiencia. Por otro lado, Jhonatan Salazar toca temas sobre la pasión, el amor, el erotismo, y el autodescubrimiento. Por su parte, Flor Pelayo desarrolla un lenguaje mordaz, a veces sórdido, y con desencantado sobre la decadencia de la realidad. Sus poemas reflejan su preocupación social, que se imprime con efectos de realismo en alusión a fenómenos como la migración, la insurgencia y la lucha por la autonomía. Por otro lado, Edison Castellanos ofrece poemas de añoranza amorosa y de nostalgia en los que el yo se embarca en el descubrimieno sin temer arriesgarse en la aventura de la imaginación. En sus últimos versos escribe: “Estos barcos de papel han fracasado en el arroyo / sobre el oleaje / todo el cargamento ripiado” (p. 195).
Estos versos son elocuentes porque invocan la imagen de la desintegración que forma parte de las expediciones arriesgadas. Las piezas que el oleaje arrastra connitan el quehacer de Almandino: la tarea imposible de aprehender la poesía que producen individuos afiliados de diversas formas con la macroregión central peruana y que poseen modos heterogéneos de crear y acercarse al hecho poético. Es imposible hacerle justicia a todos los poemas de estos dos volúmenes. Mis apuntes extraen una primera impresión de los textos. Como podrán apreciar los lectores, los contrastes entre el primer volumen y el segundo se observan reajustes a la propuesta de Almandino. En la segunda entrega se hace más visible su ánimo plural respecto a lo que se considera como “lo andino”, que consideran como núcleo. Sin lugar a dudas, la continuidad de su producción material y digital contribuirá sustancialmente con la ampliación del horizonte poético de la macroregión y será un gran estímulo para conversaciones futuras.
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