Ethel Barja Cuyutupa
(Concepción, 1988)
125 núcleo
126 Eco en vela
127 No había
128 Día 23
129 Día 25
Ethel Barja Cuyutupa. Nació en Huanchar, Santa Rosa de Ocopa, Junín, Perú en 1988. Es licenciada en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú y maestra en Literatura Hispánica por University of Illinois at Chicago. Actualmente, estudia un doctorado en Estudios Hispánicos en Brown University. Desde el 2012 escribe en Gociterra, portal de crítica, creación y traducción. Es autora de cuatro libros de poesía: «Trofeo imaginado entre dientes» (2011), «Gravitaciones» (2013). «Insomnio vocal» (2016), «Travesía invertebrada seguido de Wandeo» (2019) publicado en versión bilingüe español-inglés. Recibió el premio Cartografía poética 2019 organizado por Lumpérica Cartonera.
Ethel Barja Cuyutupa en Almandino
La Tierra como el hogar de los humanos, aquella burbuja azulada que poblamos y la deterioramos en cada paso, a veces puede parecernos un retroceso preguntarnos en cada hito: ¿A dónde estamos yendo? Y la respuesta inquieta se asoma en el existencialismo o en la esperanza, o en la frase de Facundo Cabral: “yo no sé quién va más lejos, la montaña o el cangrejo. Quién sabe si el apoyarse es mejor que el deslizarse. Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo…”
La humanidad, quien extiende su especie en su manto. En su ambición encuentra otras formas de vida que también seguirán ese proceso de destrucción. Las construcciones que se edificaron son capas de cemento que impiden el convivio con la madre tierra, o Ethel Barja dice en “Núcleo”:
“Ocupar la tierra es desocuparla
removieron las estrellas polares
traficaron con sus nombres
no solo abrieron la zanja y dejaron fermentar la piedra”
Ese “Ocupar” de la tierra lo tiene que sufrir el hombre, en cada polvo de su existencia. Está direccionada hacia las nuevas generaciones, a quienes legaron una ciudad ya terminada, uno ya construida. Bajo ese dicho que los padres manejan con sus hijos “mi hijo no tiene que sufrir lo mismo que yo” hay un abismo que se teje de quienes labran la tierra y de quienes las consumen obviando todo su proceso. La famosa frase que interpretaron de Maquiavelo “el fin justifica los medios” no tendría cabida frente a estos versos. Las acciones que nos propondría sería descascarar las paredes, todo lo que en el manto se ha construido, como decir: “empecemos de nuevo”
“Asentarse es agitar el arco firme y la fractura
es abrir los surcos en las avenidas
demoler los muros uno a uno
retorcerse como las capas de la tierra”
Hay una construcción del hombre a través del dolor o el sufrimiento, que tiene como responsabilidad hacer girar la tierra, utilizando como recurso el caligrama.
En “Ecos en vela” el yo poético evoca un viaje por el mar, por los nevados y la soledad que esta provoca, lo manifiesta con la fuerza que acumulamos en los paladares, como un lugar donde está el origen de nuestras iras.
“La destreza duerme en los paladares,
hierve entre las preocupaciones dentales
y se hace dura simulando pretensiones serias”
Todas estas imágenes son estimuladas a través de un objeto “un barco en una botella”, toda la tragedia que conlleva, la muerte, el hambre y la ira se manifiestan a medida que esa imagen transcurre.
“Veo el lomo de la manada como una pieza indestructible,
mi reflejo en la fuente seca,
en la garganta deshabitada de la ira propia”
En “No había” nos muestra como un nombre, o sustantivo, donde están plasmados las experiencias de la niñez y la adolescencia, nuestra manera de sentir a la respuesta de “no había” por quedarnos distraídos en el mundo de los adultos, cuando la capacidad del asombro nos mantenía con la mirada detenida, cuando nuestros cuerpos reconocían la memoria de este mundo extraño.
Nosotros avanzábamos en su territorio ahuecado. No había era los relojes detenidos y nosotros la negra enredadera escalando su miedo. No había lavaba su rostro a todas horas deseosa de arrancarse la piel segunda y nosotros arañábamos un zumbido en su lengua.
En “Día 23” el yo poético es un foráneo que habita en un lugar prestado, su carácter no influye en los demás.
“Mi calor no transfigura
Absolutamente nada”
Las diversas escenas cotidianas se condensan en la última parte, cuando el existencialismo toma cuerpo y vemos a los demás como sombras, como un tumulto sin ningún sentido, siempre a la espera del ojo eterno. Esta manifestación del convivio colectivo no es fuerte, se diluye en la fugacidad.
“Las sombras desérticas crujen salvajes.
Todo se reduce a sentarse diariamente
a la espera de la luz en su trapecio”
En “Día 25” nos muestra los límites que tiene el lenguaje, una forma de caer esclavos y de decir “nada nos pertenecer”
“La palabra sobre la palabra,
inútil leer el cielo, el subsuelo,
el ojo del insecto”
Se muestra confrontador a ese vacío y se queda con los instintos salvajes, haciendo una comparación indirecta entre lo que realiza el garfio con sus filuda piel y la grafía (específicamente el texto escrito):
“Ven, aquí espero
la intersección del horror
donde endurecen mis dientes,
relieve del garfio y la grafía”