José Bustamante Espinoza
(Huánuco, 1960)
145 Río Huallaga
147 Corazón de almandino
148 Barro
148 Noches heladas
149 El Edén
José Bustamante en Almandino 03
Los poemas de José Bustamante están cargados de imágenes que la memoria guarda con cierta nostalgia, la perenniza en sus detalles como una fotografía que guarda su frescura y el tiempo se pasea sin poder tocarla.
En “Río Huallaga” el yo poético personifica al río, lo toma como a un entrañable ser, un compañero que fue testigo de una gran parte de su infancia y tiene la esperanza de tocar las mismas aguas cuando retorne en otra vida.
Fluye Huallaga, fluye; solo tú, podrás llegar al océano
y volver al sitio donde nos conocimos, porque tal vez yo no
regrese y ya no acaricie más tus olas. Eres un espejo que ha
bajado del cielo.
El río despierta el sentimiento maternal que cobija al poeta en su regazo, hay un desencanto con la educación, una brecha que separa las aulas de clase con la realidad. Se hace dueño de la naturaleza como su único refugio, un lugar que siempre lo acogerá entre sus entrañas.
Para mí el camino a la escuela estaba chueca, y mi
única escuela fue la aventura, mis aulas fueron las llanuras
del destino, ahí anduve inhóspito. Huallaga, me hiciste
creer que la felicidad y la tristeza eran efímeras como las
burbujas de jabón.
Además de dedicar una oda al río Huallaga, distingue el convivio de la ciudad y el campo, una lucha constante que a menudo resuena en los pensamientos cuando una generación se apropia de esa territorialidad donde el cuerpo registra en su memoria la cultura que le fue dada por sus ancestros, y éste sigue danzando con ella, porque siente que lo único que le pertenece son esos recuerdos y lo efímero es todo lo que le rodea.
Yo conozco las selvas de cemento donde la vida es
un instante, ahí conocí los barrotes, ahí escuché a mis
manos suplicar justicia y libertad. Huallaga, solo tú eras mi
destino, el idilio que nunca se acaba, el poema que no tiene
un título sino un alma.
En “Corazón de almandino” hay una exaltación del sentir andino, proclama vigorosa su transformación y se expone ante las miradas para que manifiesten su veredicto.
¿Quién podrá pulir esta piedra hasta que sea una joya?
Pues las bestias se tropiezan,
y sus coces me hacen rodar las pendientes.
Sus rasgos enérgicos se mantienen impertérritos y crece su fortaleza en la imagen de la amada que le permitirá tomar vuelo en un canto idílico.
En mi corazón rojo almandino,
te espero en el frío o en el calor,
o que algún pastor enamorado
que me haga el honor
de ser un recuerdo para su amada.
En “barro” es un haiku, en ella desliza la escena donde el alba se asoma con su cadencia y la lluvia se extiende y habita los poros de la tierra, recrea los inicios de todo lo que mueve sobre el manto, de un dios dispuesto a moldear su creación, dispuesto a combatir con su soledad.
Fresco nublado,
después de la lluvia
todo es barro.
En “noches heladas” el espacio extenso y sigiloso revive en el yo poético un aura de calor que le permite reconocer ante los astros que la noche oculta sus propios átomos y puede ver el inicio y el fin de su ser. Como una mirada ante los espejos del tiempo, ante tantas estrellas no se puede sentirse solo.
Noches heladas
mi corazón de fuego
estrellas abrigadas.
Y finalmente el último Haiku titulado “El Edén” se personifica a la flor y el yo poético conversa con todo lo que habita en sus pasos, nace nuevos lenguajes cuando se enfoca en la gracia que aparentemente ante nuestros ojos pareciera inerte, pero todo lo que existe para el hombre es una compañía y el convivio siempre emerge.
Sentado a las sombras de un jardín,
una flor me saluda,
yo
le alcanzo mis manos,
ella
su perfume.