Karuraqmi Puririnay
(Huancayo, 1991)
141 Mis campos
142 Cantos que no son cantos
144 Era, soy y seré
146 Barbicha
148 Quizás jamás
Karuraqmi Puririnay. Seudónimo de Emilia Chávez Santos. Es pasionada y afisionada por la literatura y la poesía. Sus escritos abordan lo andino desde su lado maternal. En sus propias palabras ella se autodefine así:
“Cuando me preguntan en qué año mi madre me trajo al mundo digo el 91, pero si me observan mejor y me preguntan desde cuando estoy viva entonces respondo: Desde mayo del 2016, año en que me descubrí en una cuerda de Gustavo Santoalalla. Me he regalado el lujo de nacer mucho después del 91, desde ese entonces he caminado en la poesía. Mi nombre es Karuraqmi Puririnay, pero tengo muchos nombres. Soy una niña caprichosa, que juega con un lápiz, que se sienta en la hierba, que mira desde la piedra, desde la flor; que se siente hermosa cuando escribe y que se siente feliz estando en el campo. He escrito poco, me avergüenza decirlo; sin embargo, nunca dejo de hacerlo. Tengo gustos simples, como el olor a libro, a musgo de campo, a café recién pasado, converso con la lluvia, con el sol, con la piedrita del río. Lo demás, he olvidado todo lo demás”.
Karuraqmi Puririnay en Almandino
En el poema “Mis campos” el olor a la tierra se hace vivo y se dibuja nostálgico en una tarde como cualquiera, esa ruralidad se contemplada en el yo poético y se embriaga en aromas que brotan desde la pachamama y nos lleva tiernamente a las profundidades del mundo andino. Nos muestra sus viejas calles y nos refresca la memoria de la convivencia del hombre y la naturaleza, lejos de las ciudades. Donde se hace presente la coca, la tullpa, la teja y la killa, se condensan en el hogar o “wasicha”.
“mi día,
la siembra,
el barbecho,
mi picota,
la tacllita,
mis manos
con papita y tierra
la noche,
la chalita,
el fuego,
la killa,
la coquita verde con mi tocra
y la tierna pasñita en el campo”
Encontramos palabras donde el quechua se asoma latente y lleva consigo su sentir en la amalgama con la lengua española. A decir de Churata, predomina el pensamiento en quechua y no al revés o como diría Arguedas «Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua«.
En “Cantos que no son cantos” la infancia se deja ver inquieta entre la fogata y el olor del árbol.
“Mientras me narras tus viejos cuentos, enciendo el fogón con las
hojas secas del eucalipto y unas cuantas leñas”
Hay un sentimiento de despedida que atormenta a los ojos del adulto, un mal porvenir que se anuncia a través de la coca. En la mirada de la infancia se hace eco la partida y observa dubitativa las lágrimas y los cantos.
“Yo niño aún, no entiendo de tristezas ni de lágrimas, pienso que te
hace llorar el humo de la leña húmeda, mientras en el fogón arden”
Karuraqmi Puririnay descubre un lenguaje que nace del fuego que contempla la escena tétrica y rechaza esa manifestación de dolor. Se siente fastidiado como quien diría “no es nada, no se debe llorar por cosas insignificantes”
“el fuego parece hablar,
la leña arde fuerte,
veo rojos chispazos y hasta parece que la mamacha Nina te empieza a contestar con pequeñas explosiones;
crepita, sutil y violenta”
El querer volver se pronuncia insistente en la memoria del hombre. Aprieta su dolor y el presente se va desapareciendo como el humo de la leña.
“Kutiyta munani, kutiyta munani”
En “Era, soy y seré” el yo poético viaja por los caminos que ha recorrido y recorrerá, marcando por el pasado, el presente y el futuro. La nostalgia y la añoranza en el campo identifican a la poeta y eterniza esas escenas que se tornan a veces tétricas. Un sentimiento universal que predomina en las letras y poco aprieta.
“Ahora soy melancólica y nostálgica.
Como una casa en el campo de un antiguo pueblo:
solitaria y abandonada.
Silenciosa, como el esperma de las velas.
Dispersa, como el humo de la leña.”
La infancia es decisiva en la construcción de todo hombre y la cargamos hasta el final de nuestros días. Esta infancia que nos muestra tiene heridas que tiñen los versos, la pérdida del padre, un duelo que está presente y la remarca constantemente.
“No tuve alegre infancia,
tampoco distingo si hoy tengo
once,
veinte
o cuarenta años,
ochenta quizás”
La soledad se pronuncia en el borde del río junto con el existencialismo, tratar de entender el recorrido de las aguas y el no retorno que podríamos compararlo con la muerte o con las Coplas de la muerte de Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir”
“Crecí a la orilla de un transparente río,
intentado comprender por qué nunca regresa”
La sensatez se entiende como una persona que tiene la razón puesta, o cuerda, y el yo poético se rebela a esta postura y toma el otro extremo de la cuerda y la tiene sujeta. La “locura” es una forma de contemplar las experiencias sutiles del campo, la soledad y el silencio que pueblan esos parajes, un refugio constante del yo poético.
“Ahora soy todo lo contrario,
quedo mirando por horas un reloj que marca al revés,
ahí me quedo de rodillas,
mirando el celeste cielo y la tierra húmeda,
percibo el olor a hierba mojada,
el ruido del viento en las hojas
y con la noche en los ojos”
“Barbicha” es un canto al amor en los parajes de la serranía, aquel amante que sucumbe ante la belleza de la mujer andina y aguaita el huerto florido y se posa en ella.
Mi «Yana ñawi». Pequeño, pero bonito era aquél cholito de cabello
negro terciopelo, esbelto y bajito. Ese era mi «barbicha».
El erotismo en los andes brota sutilmente y puebla los cerros ante el ojo del inti y nacen arcoíris que finalmente terminan en el río. Este tipo de temáticas que para nuestros abuelos fueron tal vez una manifestación oculta y a veces prohibido. En los versos de Karuraqmi afloran como música y se hacen eternos en su memoria.
“florecían los gemidos como cantos fuertes al Inti.
El barbicha acariciaba mi alma y besaba la piel con tanta devoción
que de mi pecho nacía un arcoíris que de pronto se perdía en la
profundidad de un pequeño río”
La mujer andina se eleva en las montañas y su piel es distinta a la mujer de la ciudad, esa demarcación es constante, una lucha entre el campo y la ciudad. El campo se desborda en el yo poético y la ciudad apenas se deja ver.
“Nunca fui una warmi de ciudad, ni de aquellas que tienen la piel y las manos como
un durazno, mi pequeño cuerpo más se parecía a un árbol”
Al final el amante vuela en otros brazos y ella la sigue admirando dejando de lado al rencor.
“A veces, sentía rabia y celos desbordados de la tierna “ñaña” de campo,
de aquella que dulcemente me azotaba el orgullo y mi ignorancia”
“Entre la incertidumbre y el olvido. Mientras me voy haciendo la
trenza, me pregunto:
¿Qué tierna ñaña estará volando por los montes con mi barbicha”
En “quizás jamás” el desamor se convierte en melancolía y nostalgia al no encontrar respuesta de la musa.
“Partió orinando sobre los tejados,
con el cabello suelto,
sollozando en silencio
los sueños que derritió el engaño…
¡Pobre y triste indio!”
La búsqueda se hace incesante y el amor se hace lejano e inalcanzable. Se pierde en la desolación.
“Quizás me encuentres siempre por la parte de atrás de “algo»,
quizás detrás de los suspiros del aire,
o quizás jamás.”