Luz Gina Gálvez Zárate
(Huancavelica, 1987)
p. 101 Albura
p. 102 Hoja dieciséis
p. 103 Hoja veintiséis
p. 104 Otros poemas para no morir
p. 105 Hoja diez
Luz Gina Gálvez Zárate. Ha estudiado arquitectura en la Universidad Nacional del Centro del Perú y maestría en la Universidad Nacional de Huancavelica y actualmente es presidenta de la Asociación de Escritores Huancavelicanos. En 2018 ocupó el 3er puesto en el “Primer concurso de cuento y poesía wanka willka” en la categoría de poesía. En 2019 publicó su primer poemario “De árboles y otros poemas para no morir” (Lluvia Editores). Sus trabajos literarios han aparecido en diversas revistas entre ellas: “La Manzana Mordida” y “El tacto de la araña”.
Luz Gina Gálvez Zárate
(Por Alberto Sánchez Guillén)
Los versos de Luz Gina almacenan campos de incertidumbre donde la existencia está pegada al cuerpo y a su memoria, está a la espera de esa hambre que lo asecha, quiere liberarse de ese ojo que lo observa y se mantiene tímida para cuando se encuentre sola despierte entre su desnudez la luz que quiere ver. La albura es el otro estado que el yo poético profetiza y quiere, en el fondo, convertirse en los ojos del destino y devolverles esos mismos pesares a los responsables de su existencia.
¿Tienes un poco de arroz?
Quiero revestir el vano que tiene mi sangre,
quiero que su gemido no sea de hambre.
¿Tienes un poco de arroz?,
cuando sea Lucero te lo devolveré.
En “Hoja dieciséis” el hambre nuevamente se pronuncia desde la lejanía, se viste de melancolía, el existencialismo va naciendo en esa soledad.
Mis matices son mixtos,
de soledad y abandono es mi tinte.
Me dejaste una cueva,
pero he tenido hambre,
¿y para qué amar si he tenido hambre?
El alter ego es víctima del abandono, sus pensamientos se retuercen desde el fondo de una cueva, quiere salir desesperada, pero su cuerpo lo detiene y se queda sumergida en el abandono, se rinde entre sus quejas, se esconde en su caverna.
Me dejaste una cueva,
pero he tenido hambre,
y el hambre no te enseña a amar,
el hambre no te enseña a soñar
¿Y para qué amar si he tenido hambre?
¿Y para qué amar si aún no olvido el hambre?
En “Hoja veintiséis” el yo poético sufre los efectos de la desterritorialización, se muestra inquieta ante el destino, muerde a cada gesto que han sido cómplice de su abandono y se sienta sigiloso a que el tiempo vuelva en la memoria.
Secuestraste la raíz de mi madre
para prenderla en tierra ajena
así nací,
¡en tierra impropia!
El abandono también se convierte en parte esencial del yo poético y aprende a convivir con ella y se acostumbra a su tiempo, a sus aromas, y a sus grietas.
Hoy mis cabellos son blancos,
volví a la tierra de mi madre,
conocí que la muerte entra por los pies,
helando las uñas, los dedos y los huesos.
Hoy, también, te quiero junto a mí.
En “Otros poemas para no morir” se hace presente la infancia con un rostro rasgado, víctima del ataque de una “bestia”, esta desdicha queda marcada en la infancia como una herida que eterniza el dolor y se mantiene en los filos de la muerte.
¡Yo! he sido atacada por una bestia,
aquella, seccionó mis primeros años
¡me hizo añorar la muerte!
Pero el tiempo tiene aires de venganza y el cuerpo que habita la “bestia” sufre ante los ojos de quien ha sido víctima, como si dijera “aquí me tienes viva, tendrás que morir como tantas veces quiera”
hoy la bestia morirá,
y será una muerte pusilánime, lenta,
una muerte sin paz.
Y por último en “Hoja diez” hay una puerta que se dibuja en el “yo” quien no esta obligado a crear o transformar, si no en buscar otros tiempos en otros lugares un cobijo para su alma, una tranquilidad que no conoció en el presente.
Miles cientos, ahora, todos somos “Yo”
sobre un árbol obligado a ser papel
aún del mañana que no será hoy,
buscando lugares en el tiempo
intentando, tratando, fallando.